
Entrevista a Isabel Busquets, psicóloga general sanitaria del Centro Ambulatorio de Amalgama7 en Barcelona, quien nos habla sobre el trastorno negativista desafiante (TND)
¿Qué es el trastorno negativista desafiante?
Para definirlo, es necesario diferenciar que nuestro hijo pueda ser, por un lado, en ocasiones, desobediente, o que reaccione con ira. Y, por otro, que esta situación se convierta en un TND. La diferencia está en la frecuencia, la persistencia y la intensidad con la que aparecen estas conductas. Es decir, un TND es un patrón de irritabilidad, desafío, no cumplir las normas, que el hijo o hija discuta constantemente con figuras de autoridad, como son los padres, los profesores... Si esto en un menor de 5 años sucede cada día, o con un adolescente pasa al menos una vez por semana en un período de, al menos, seis meses, podemos estar hablando de un TND
¿Cómo se detectan estos casos?
Los primeros síntomas suelen aparecer durante los años de preescolar. Las formas más frecuentes de manifestarse son, por ejemplo, enfadarse con frecuencia, discutir continuamente con los adultos, tener una actitud provocadora e incluso vengativa... También tienden a culpar a los demás de los propios errores, y se molestan y se irritan con mucha facilidad. Esto puede interferir en el aprendizaje, en la adaptación en la escuela y en las relaciones interpersonales del propio adolescente.
¿Qué tipo de persona puede tener una tendencia mayor a desarrollar este trastorno?
No se conocen las causas que pueden desarrollar este trastorno, pero sí podemos hablar de factores de riesgo que pueden predisponer, como, por ejemplo, tener un alto temperamento. Un adolescente que tenga dificultades en la gestión de las emociones o baja tolerancia a la frustración podrá tener mayor predisposición. Sin embargo, el ámbito familiar es un ámbito muy importante, donde unas pautas educativas más bien severas, o inconstantes, o incluso negligentes, pueden predisponer la aparición del TND.
¿Cuál es el tratamiento para personas con TND?
Lo primero que diría a las familias que vean que su hijo o hija coincide con los síntomas antes mencionados, es recomendarles que pidan ayuda a un profesional. Porque, en este caso, se haría una intervención tanto dirigida a los padres como al hijo o hija, junto con una terapia familiar. Por ejemplo, con los padres se potencian las pautas educativas adecuadas, constantes y positivas. Sin embargo, el objetivo también se centra en que éstas sean sincrónicas entre ambos progenitores. Con el hijo o hija, el tratamiento se centra en mejorar el control de los impulsos, como la ira; también en que pueda expresar los sentimientos de una forma adecuada y más sana. Por este motivo, es muy adecuado realizar un entrenamiento en habilidades sociales como en resolución de conflictos. En la terapia familiar también es imprescindible abordar una buena comunicación entre los padres y los hijos, potenciar la capacidad para llegar a acuerdos y, por tanto, que esto sea la finalización del tratamiento. Estas son los tres elementos: el entrenamiento a los padres, el entrenamiento al joven y, en su conjunto, la terapia familiar.